miércoles, 30 de enero de 2013

Quiero emprender y no puedo!


Supongo que a estas alturas, y a raíz del anterior post, muchos ya habéis adivinado de qué se trata la otra opción que me planteé después de unos meses como desempleada: ser emprendedora.

Hace poco, viendo en streaming la ponencia “Empleo 2.0: no busquesoportunidades, haz que te encuentren” del coaching Alfonso Alcántara (@Yoriento), me llamó la atención cómo contaba que muchos decimos que “no emprendemos porque no tenemos dinero”, y haciendo gala de su profesión, como buen coach, eliminaba el obstáculo, y lanzaba una pregunta a los futuros emprendedores:
 
-Y si tuvieras el dinero, ¿qué harías? A ver si luego te lo vas a gastar en PortAventura…

Pues yo lo tengo clarísimo, o por lo menos lo tenía hasta que me dí de bruces con la realidad. Hace tiempo que una idea me ronda por la cabeza, y con el tiempo se ha ido madurando hasta tal punto que ya me he decidido por el sector (que no conozco muy bien como empresaria pero sí como clienta), tengo claro el nombre del negocio, el logo, la imagen y el local; la forma de la sociedad y los canales de distribución; la definición del producto y el precio de coste y de venta; e incluso, la inversión aproximada necesaria. Bien, pues “sólo” me falta un socio, un inversor o un prestamista, ¿fácil no?

Últimamente comenzó en los medios y en la sociedad la fiebre del emprendimiento: que si es una forma de “autoempleo”, “la crisis es una oportunidad para emprender”, “ayudas, préstamos y subvenciones para emprendedores”, “oficina del emprendedor” y la última apuesta de este nuestro gobierno “cuotas de jóvenes autónomos a 50 euros”.
 
Después de pasar por 4 entidades públicas y 1 privada buscando orientación, el resultado en las cuatro primeras fue de incompetencia y desconocimiento total, así como un asesoramiento vago, superficial y vacío de contenido; ahora sí, ya había dado un paso atrás por el miedo adquirido tras escuchar cuatro términos técnicos empresariales y saber la cantidad de burocracia sin sentido a la que tenía que hacer frente para emprender, y, la cosa empeora si quieres pedir alguna subvención.

En la entidad privada fue otra historia, se notaba que realmente se dedicaba a nuevos negocios, empresas, pymes y emprendedores, pero en la vida real y en los tiempos convulsos actuales, ¿problema? sólo dos sesiones gratuitas, el resto de asesoramiento sería previo pago.

En la quinta Administración Pública me ofrecieron un tutor para elaborar el plan de empresa, y tras una reunión en Santiago, tardaron casi dos meses en adjudicármelo, pero para entonces, ya no tenía tan claro lo de emprender.

Yo ya sabía que si quieres montar un negocio necesitas dinero para la inversión, pero visto lo visto, también lo necesitas para elaborar un plan de viabilidad, para el asesoramiento a la hora de abrir el negocio (pues con tanto trámite burocrático es fácil olvidar algún papel), y por último, también necesitas un colchón económico para sobrevivir, por lo menos el primer año, ya que, probablemente no obtendrás beneficios pero tendrás que seguir haciendo frente, puntual y religiosamente, a tus cuotas de autónoma, tu hipoteca y  todas a tus obligaciones económicas.

Con todo esto me planteo ¿Cuánto valen nuestros sueños? ¿Qué precio tiene tu emprendimiento? ¿Cuánto se arriesga en realidad? Y vuelvo a la misma encrucijada del post de Alemania: ¿Se resumirá todo a una cuestión puramente económica?

No quiero acabar este post sin abrir una ventana que arroje un rayo de luz y esperanza, y esta vez lo voy a hacer con un vídeo, que un día cualquiera de una semana cualquiera, mi prima me envió para animarme.
 
 

jueves, 17 de enero de 2013

Crisis, Ingenieros y Alemania


Cuando habían pasado ya varios meses de mi inicio en la búsqueda activa de empleo y viendo como el mercado de la oferta y la demanda se presentaba desolador, empecé a plantearme otras opciones que, en principio había descartado por comodidad, aunque después de estudiarlo y meditarlo, llegué a la conclusión de que no, no era comodidad, sino la falta de recursos económicos que dichas salidas requerían.
 
La primera opción que me planteé fue emigrar. Y en mi caso lo tenía claro, ¡Alemania es la cuna de la Ingeniería! ¿A dónde iba a ir si no?
 

Los últimos datos estadísticos oficiales revelan que en el primer semestre del 2012 la emigración española a Alemania aumentó en un 53% respecto a las cifras de 2011, continuamente vienen reclutadores alemanes a nuestro país con numerosas ofertas de trabajo, y, nos hemos cansado de ver infinidad de programas del estilo de "Españoles por el mundo" donde se muestra lo felices y afortunados que son 4 ó 5 españoles emigrados y “elegidos al azar” (una muestra no muy representativa). Pero contrariamente, con relatos como el post de Rosalía Sánchez, "Diez cosas que debes saber sobre Alemania", que por cierto ha tenido bastantes críticas, o el impresionante y demoledor artículo de eldiario.es, "La pesadilla de los jóvenes que soñaron con Alemania", el sueño alemán se desmitifica por completo, y tengo que decir que, aunque no he vivido ni trabajado en Alemania, estos últimos textos me ofrecen bastante credibilidad.  

Pues bien, el primer hándicap que tenemos los españoles, es el idioma, no sólo no aprendemos un idioma distinto de la lengua materna, sino que el alemán hasta hace poco no lo podías aprender ni pagando. Somos muy valientes con nuestro nivel “medio” de inglés, pero si buscas un trabajo especializado en Alemania, que son los perfiles que más se demandan, necesitas hablar alemán, y después de un curso básico que hice este verano, puedo decir que minusvaloramos el idioma y no sabemos hasta qué punto.

Si lo que buscas es un trabajo que no necesite preparación académica, no es ningún secreto la existencia de los famosos mini-jobs, pues en Alemania no existe salario mínimo legislado, y esto se agrava en el sector servicios, donde han aumentado los casos de españoles que han trabajado durante meses sin contrato laboral y sin cobrar.

Todo esto sin mencionar los numerosos trámites burocráticos que hay que realizar para poder alquilar, trabajar y vivir allí (que no son pocos), la adaptación al clima, a las costumbres, a la cultura de trabajo, o, a algo tan sencillo como las horas de luz solar.

Por último en el desolador artículo de eldiario.es se destapa una realidad de precariedad y explotación en Alemania que creo que deberíamos tener muy en cuenta, tanto por la naturalidad con la que te ofrecen un piso patera para vivir, como con la que te dejan totalmente desasistido en cuestiones de salud, o como que el salario de un arquitecto sea 300 euros sin contrato y haciendo horas extra. Vale que la ciudad adecuada no sea Berlín, pero eso no significa que debamos asumir unas condiciones laborales lamentables porque es una ciudad de estudiantes, cool y haya buenas fiestas.

Mi conclusión de todas estas historias reales de gente real, es que sin un buen colchón económico no se puede uno plantear buscarse un futuro mejor en la “cuna de la ingeniería” porque si las cosas no te salen bien habrás perdido algo de dinero, un pedazo de tu vida y un poco de energía en la búsqueda de tu meta; pero también es cierto, que el que no arriesga no gana, y que, si te sale bien, habrás ganado una experiencia única, valor, y quien sabe, quizás tu objetivo en la vida. 

Y tú, ¿emigras?
 
En próximos posts desvelaré el resto de opciones que plantearse en estos tiempos convulsos…

 
Catalina Pahino
Ingeniera Técnica Química

 

martes, 8 de enero de 2013

El desempleo y su cuadro clínico

A menudo los desempleados de larga (y no tan larga) duración sufrimos una pérdida de identidad acompañada de una crisis existencial y una bajada de autoestima.

Cuando hace un tiempo vi en Documentos TV el documental titulado “¿Generación perdida?”,  me dí cuenta de que no era la única que presentaba estos síntomas, sino que éramos, y somos muchos, los que presentamos este “cuadro clínico” en esta situación.

Pero ¿por qué nos pasa esto?

Estoy a punto de cumplir 30 años, mi generación es una de las más preparadas académicamente, hemos crecido en tiempos de bonanza y hemos tenido de todo durante años, y  sin embargo, ahora, tenemos trabajos más precarios que nunca, una tasa de desempleo que duplica la media europea, y además nos enfrentamos a un mercado laboral difícil, complejo y con muy pocas oportunidades.

Ahora volvamos 10 años atrás. Al terminar el instituto, o incluso sin haber ido, con 18 años o antes, siendo un adolescente, había que decidir si estudiar o trabajar. ¿Cómo lo decidíamos? Pues para responder a esta primera cuestión, recurriré a este documental que pone como ejemplo la construcción, a la que muchos jóvenes se aferraron por la “seguridad” laboral y económica que el sector les aportaba, renunciando así a estudiar para beneficiarse de un buen salario producto de la especulación inmobiliaria. Hoy en día, hay un arrepentimiento generalizado de estos jóvenes por no haber estudiado, y reconocen no encontrar salida después del desplome del ladrillo.

Pero ¿que ha pasado con los que decidimos estudiar? ¿Y con los que tras haber estudiado hemos trabajado en ese sector? Pues que en cierto modo tampoco encontramos ninguna salida, y, en mi caso, como Ingeniera Química con experiencia en el sector de la construcción, aparece el primer síntoma del cuadro clínico: la pérdida de identidad.

Tras casi 4 años en el sector y sabiendo que está en pleno decrecimiento, lo primero que te preguntas es ¿Pero quién soy? ¿Soy ingeniera? ¿Química? ¿Profesional de la construcción? ¿Para qué soy ahora válida? ¿Cuál es mi futura profesión? ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué me gusta? y ¿qué es lo que hay? Y la mayoría de estas preguntas sin respuestas, sobre todo la última, te arrastran directamente al segundo síntoma: la crisis existencial.

¿Qué he hecho durante estos años? ¿He aprovechado el tiempo? ¿A qué aspiro en este momento carente de oportunidades para el desarrollo profesional y el consecuente desarrollo personal? ¿Qué haré con mi vida?

Pues sí, todo preguntas e incertidumbre, pero es el momento de descubrirse a uno mismo y de reinventarse, después de seguir una inercia laboral durante años en las vacas gordas, te replanteas y te cuestionas muchas cosas, y quien consiga superar esta fase, estoy convencida de que conseguirá sentirse realizado y pleno, pero si por un período de tiempo no lo consigue, aparecerá el tercer y último síntoma y, a mi parecer, el peor: la pérdida de autoestima.

A este último no podemos llegar. El hecho de no tener un trabajo no significa que seamos malos profesionales o que no valgamos para nada, hay que ser realistas y saber que en el contexto actual hay escasas oportunidades y lo mejor que podemos hacer es trabajar en la búsqueda activa de empleo, que precisamente, no es otra cosa, que un trabajo.
 
Así que animo a tod@s los que estáis en esta situación a no desesperar y a que no os dejéis vencer por este cuadro clínico, empezad ya con el tratamiento preventivo que no es más que trabajo, trabajo y trabajo.